Descubrimos en nuestro descenso una ciudad insospechada, otra hija del río y también del mar que le ha ido trayendo personas y cosas, culturas, lenguas y tradiciones. Todo en uno, como un cofre lleno de historias y tesoros. Mértola es la sorpresa más agradable de todo Guadiana.
El descenso integral del río Guadiana en proto-embarcaciones de fibras vegetales Abril-mayo de 2016
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MERTOLA – La corona del Guadiana
Si el corazón del Parque Natural del Valle medio del Guadiana es el Pulo do Lobo, su cabeza es sin duda la bella ciudad de Mértola.
Aparece encaramada a la sierra, sobre el río que bordea sus arrabales y sus embarcaderos. Aquí huele ya a marinería, hay barcos tradicionales en una y otra orilla y en los carteles situados frente a la vista de la villa es un pescador sacando la peces de un trasmallo el que nos recibe.
La bien defendida villa de Mértola desde el Guadiana
El río que ha venido encajonado cortando la sierra hasta descender a los cien metros de altitud se despide de los molinos de inmersión que soportan las crecidas sumergidos y toma otra dimensión, el valle se abre y el río se ensancha para irse haciendo grande, adulto, más cargado de historia que nunca.
Acceso al embarcadero de Mértola, sobre las ruínas del puerto fenicio
Inspeccionando el embarcadero de Mértola, al fondo el puente de acceso desde Serpa
Atrás dejamos al Moinho dos Canais, allí sobrevivió hasta el siglo pasado un primitivo arte de pesca inédito para nosotros, el caneiro, una trampa artesanal que aprovecha la corta el río por la azuda del molino para cerrar el paso de los canales con un entramado de cañas y ramas de adelfa apoyadas en estacas de enebro para capturar a las valiosas lampreas.
Pescadores de oficio
Barco tradicional de pesca
Y es que aquí, en el Alentejo como en el Campo de Calatrava, los molineros eran también pescadores. Once especies autóctonas sobreviven aún en estas aguas que se enriquecen con especies que vienen del mar, desde los humildes barbos, tainhas (mugiles y lisas), sábalos, bogas del Guadiana… y como hay peces sigue habiendo pescadores y poblaciones que miran al río de otra manera.
Puerta medieval con la ineludible rueda de molino de mano
La imponente y bien conservada torre del castillo de Mértola
Fuente con un ave rapaz, posiblemente un halcón, que inspira el logo del Parque Natural
Un pescador fue el que nos habló de las mareas, de cuando el río sube empujado por un océano que ya está a setenta y cinco kilómetros, de la hora de partida río abajo y de cómo va cambiando todo, el río y las personas. Con poca agua pocos peces suben, ya no pesca sábalos ni sabogas y el solho, el esturión que aparecía en las monedas acuñadas en Mértola hace dos mil años, sólo está en la memoria de alguna gente del río.
Probando la flotabilitat de nuestros barcos en la última fase de la expedición
En Mértola se refugian tras sus muros todas las culturas que trajo el río y cuando pedimos visitar su museo en la recepción que nos hizo la Cámara Municipal, la respuesta fue que cuál de ellos, así descubrimos que toda la villa es un museo vivo.
La Mirtilis romana da continuidad a la colonia fenicia que, como si fuera una ciudad costera, dispuso de un puerto en el que han amarrado los navíos del océano hasta hace cien años para cargar cereales y metales, oro, cobre, plata, de esta antigua taifa rica en minas, a cambio de productos de todo el Mediterráneo.
Bomberos de Mértola, el penúltimo refugio
Y esta ciudad, este mirto en flor refugiado en la roca, nos acoge bajo un aguacero que hace correr sus empinadas calles empedradas, medievales, dominadas por la iglesia-mezquita encalada y el castillo imponente, y que nos impide acampar a la orilla del río cerca del puerto desde el que continuar nuestro descenso a la mañana siguiente. De nuevo las instalaciones de los bomberos voluntarios van a ser nuestro refugio, no será la última.