El viaje subterráneo del agua, el río que ya no renace en los Ojos, el cauce de la desolación, pero también de nuevo el espejismo del agua, una entusiasta comitiva acompañando a los expedicionarios, ocupan esta nueva etapa del descenso en el que llegamos a las puertas de nuestro particular paraíso.
El descenso integral del río Guadiana en proto-embarcaciones de fibras vegetales Abril-mayo de 2016
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OJOS, LOS MANANTIALES PERDIDOS
Cuando el agua vió ante sí al desierto, presintió su muerte y quedó dudando de cómo enfrentarse a él ¿cómo lo atravesaría sin desaparecer? tras meditarlo llegó el pensamiento: “déjate atrapar, sumérgete en él, sólo así podrás atravesarlo, cuando renazcas ya serás un ser nuevo”. Morir para renacer, un asunto universal de la mística y la religión, una interpretación de un fenómeno en el que no sólo tiene algo que decir las ciencias de los expertos en rocas y en aguas, sino las creencias, la tradición y la cultura popular.
Los Ojos del Guadiana han sido sin duda uno de los referentes geográficos más populares, como grandes manantiales que surgen en mitad de la reseca llanura de la Mancha, como el renacimiento del río, de aquel río que consiguió atravesar el Campo de San Juan dejándose morir en él, dando continuidad a la descripción de Plinio el Viejo en su Historia Natural, dos mil años en vigor!
Pero el misterio se ha esfumado, el suceso místico ya no ocurre, se ha roto el mito, la diosa Anna no se manifiesta, ha muerto la leyenda, el Guadiana ya no “tiene los ojos verdes”, como afirmaba Gómez de la Sernaen sus artículos periodísticos. Los Ojos del Guadiana, las grandes fuentes con nombre propio, han desaparecido. El Ojo de Mari López, el de La Canal, la Señora, Ojo Ciego, el Sordico, el Rincón o el Pico, son ya sólo nombres para el recuerdo y la historia de una muerte anunciada.
De modo que, a las “siete leguas” de distancia, como afirmaba el veneciano Navaggero, en las que el agua del río visita las entrañas de la tierra, que debíamos recorrer con nuestros barcos en un remolque, se le añadía todo el tramo de los ojos secos, abandonados a su suerte, cauce para el escombro y la piedra.
Sólo los poetas locales, uno de Villarrubia de los Ojos y de Daimiel el otro, que comparten paisaje y sentimientos llaman a las cosas por su nombre en sus obras de vivencias personales, “En el río muerto” (Francisco Gómez Porro, 2011) y “Cauce de la desolación” (Miguel Galanes, 2017). Los títulos lo dicen todo.
Seguimos nuestro duelo y nuestra penitencia en busca del agua, como los perdidos en el desierto, hasta verla al fin brillar en la lejanía como un espejismo, rodeando las ruinas del Molino de Griñón, como para recordarle que un día movieron sus piedras harineras, dándole vida y sentido a su ser desde el Medievo.
Al fin el primer tramo navegable, lugar de cita para quien quisiera participar en la expedición, con su acompañamiento, apoyo y disfrute de un río habitualmente no abierto a la navegación por encontrarse ya en la Zona de Protección del Parque Nacional de Las Tablas, cuyos tablazos ya íbamos intuyendo según descendíamos entre la frágil flotilla que formaba la comitiva.
Nunca estaríamos ya tan acompañados, tan abrigados, tan satisfechos por poder compartir la experiencia en la que Turbycis puso su entusiasmo y su flota de canoas.
Llegar al Molino de Molemocho es llegar a las puertas del misterioso humedal, cuando el río se desborda, cuando se hace laberinto, con la corriente tan imperceptible que se transforma en tabla.
¿Cómo recorreríamos el paraíso, quién nos guiará en esa Venecia manchega, seríamos capaces de encontrar la salida de las tablas siguiendo trochas y chorreros, tendremos el permiso de los seres invisibles que las habitan o nos despistará Pan con su flauta de cañas? La noche de espera será emocionante.
Estaba haciendo unas tomas por el entorno de Griñón con mi «ojo de pez df 16 mm f2.8» y vi las dos barcas que estaban siendo seguidas por varios fotógrafos y creo recordar que también un equipo de tv.
El ojo de pez en este caso, no era el más indicado para seguirlos. Pero una vez en Molemocho, anduve saludando a la expedición la cual procedía a guardar las barcas para seguir navegando al día siguiente.
Lo importante en muchas de las ocasiones es estar en el sitio justo en el momento indicado «o algoasí». Fue justo a la hora de recoger cuando me encontré estas escenas en una puesta de sol de las muchas tardes en Las Tablas.