El descenso integral del río Guadiana en proto-embarcaciones de fibras vegetales Abril-mayo de 2016
Contamos en esta entrada el proceso de fabricación de los barcos a base de haces de enea de las Tablas, una hipótesis de partida que ayudará a entender las posibilidades de navegación del pasado en Iberia con embarcaciones que hunden sus raíces en uno de los cuatro modelos de los que surge la navegación en el mundo. Ya solo desde ese punto de vista mereció la réplica ser construida y testada.
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Los barcos
Inspirados en los barcos primitivos y especialmente siguiendo la descripción de los constructores actuales de los caballitos peruanos, el aspecto de los barcos de fibras de islas mediterráneas –las fassone de Cerdeña- con pértiga o remos y observando en detalle nuestra maqueta de totora, nos disponemos ya a ensamblar las mañas o haces de eneas tras hacer acopio del material que estimamos íbamos a necesitar.
Sabiendo que tendríamos que flotar y avanzar sobre ellos durante muchos días, necesitamos hacer pruebas de flotabilidad y durabilidad de la enea sumergida en agua, a la vez que testábamos la resistencia de las cuerdas que usaríamos en el ensamble, que decidimos que fueran igualmente fibras vegetales, en concreto de cáñamo, una planta utilizada en navegación y artes de pesca al menos desde el siglo V a.C. por su resistencia a la humedad.
Elaboramos en primer lugar un prototipo para familiarizarnos con el manejo de la enea, los cabos de distintas menas o grosores y la cabuyería, el arte de hacer nudos, para los amarres, utilizando como herramientas objetos básicos como las agujas de madera de mimbre, elaboradas por nosotros mismos.
Legos en el arte de la construcción de embarcaciones por muy elementales que fueran, nos resultó de gran apoyo el contacto con José Manuel Matés Luque (ARQUEOCEAN), arqueólogo marino, asesor en construcción y navegación antigua, que elaboró el dosier “Navegación primitiva en la Península Ibérica: embarcaciones de juncos, papiros, cañas y similar” que nos sirvió tanto a nosotros para situarnos en la dimensión del experimento como en la presentación de la expedición y la consecución de avales.
Utilizando como refugio-taller la casilla de pescadores de la Quebrada en el paraje de Las Cañas, a la misma orilla del río, fuimos consiguiendo el reto de recrear una embarcación inspirada en las experiencias de otras latitudes ante la falta de datos etno-arqueológicos del entorno, excepto las referencias verbales de los eneeros cruzando tablazos a horcajadas sobre las mañas segadas para sacarlas a la orilla y tenderlas a secar.
Tras apretar con todas nuestras fuerzas los haces para darles la forma adecuada y ensayar ases de guía, nudos de ocho y corredizos, ballestrinques y rizos, pensando que las dimensiones, o mejor, para ir cogiendo argot de navegantes, la eslora, manga y calado eran las adecuadas, llegaba el momento de trasladarlo al agua y subir en él, un momento decisivo, casi iniciático, la prueba de fuego, la prueba del agua.
Tantas veces pensado, tantas veces soñado, y finalmente flotábamos sobre ella sin hundirla, estábamos navegando por una trocha abierta entre la vegetación, en un río desbordado que forma tablazos de aguas quietas.
Hecho el ensayo, decidimos la eslora definitiva para no superar la longitud límite para ser considerada nave, de cara a los permisos de navegación, perfilamos la proa para hacerla más airosa, incluimos unas cañas (Arundo donax) en el alma de los haces, a sabiendas de que se trata de una planta no autóctona del Guadiana, para darle la rigidez que demandaba y por último decidimos encargar a un artesano de la enea unos serijos o asientos que elevaran nuestra posición para el uso más eficiente de los remos, tallados por nosotros a partir de troncos de madera ligera y flexible de árboles de la ribera.
Para hacer los dos barcos que nos llevarían desde el Campo de Montiel al Atlántico, elegimos la Isla del Morenillo, en el corazón de Las Tablas, una isla llena de las historias de sus habitantes, el Checa, Manolo Escuderos, Deogracias, de tantos otros perdidos en el recuerdo que levantaron sus casas con las piedras milenarias de la cercana Isla de las Cañas, un asentamiento de la Cultura de las Motillas de la singular Edad del Bronce manchego.
A su abrigo íbamos nosotros a reproducir los barcos de sus ancestros, con las eneas que tantas veces segaron para elaborar objetos que hicieron más llevadera la vida en este laberinto de agua, islas, carrizos y masiegas cortantes como navajas.
Sabiendo ya el material necesario y definido el tamaño, la forma y la eficacia de cada nudo en los amarres, los barcos iban formándose en la improvisada atarazana, junto al antiguo embarcadero.
La primera etapa quedaba lejos de allí, teníamos que desplazarnos a las aguas transparentes, profundas y ruidosas del Guadiana en su tramo más elevado.
Seguidnos en el viaje, no os perdáis los azules de aquel río.