En las arenas tostadas del estuario del Guadiana nos esperan. Hoy será el día de las emociones, del sueño cumplido, del vacío que queda al cumplir una meta, del sentimiento contradictorio de volver.
Pero antes hay que llegar, navegar un río inmenso en su desembocadura que se va haciendo mar casi imperceptiblemente, donde nos vamos a sentir muy pequeños, impotentes, en manos de las fuerzas de la naturaleza, a merced de Anna.
El descenso integral del río Guadiana en proto-embarcaciones de fibras vegetales Abril-mayo de 2016
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MOON RIVER. Henry Mancini
ISLA CANELA
Llegada a las cálidas arenas del Guadiana
Pasamos las pequeñas poblaciones casi escondidas de Foz de Odeleite y Almada de Ouro, presurosos en busca de un lugar de embarque que nos lleve ya al final de nuestra aventura.
Preparados para el tramo definitivo que nos lleva al mar
El río, amplio, sin pendiente, apenas 60 centímetros baja en los últimos 70 kilómetros, empieza a ensancharse al llegar a la Tierra Llana de Huelva y aparecen los esteros, esos brazos que sólo se dejan ver con aguas bajas y las marismas que anuncian la transformación del río en otro ser.
Desplegando una vela de apoyo para llegar antes de que suba la marea
En la margen derecha, Castro Marim, blanca, albero y azul, defendida por un castillo y un fuerte con forma de estrella, como los que venimos viendo por toda la frontera; también la protege el agua enmarañada en decenas de caños y esteros, que la aíslan y a la vez la conectan, sólo para los que sepan navegar este laberinto, con la madre del río.
Camino de los 666 metro del Puente Internacional del Guadiana, el último del río
Sus extensas salinas forman la Reserva Natural del Sapal de Castro Marim cuyo logo es una cigüeñuela, una pequeña zancuda propia de los saladares y lagunas someras, que nos evoca las lejanas lagunas salinas manchegas. En la otra orilla, el Parque Natural de las Marismas de Isla Cristina, otro mundo de agua y sal. Ambos son los espacios naturales protegidos con los que el Guadiana nos despide, su último regalo en forma de peces y aves, como lo hizo al nacer en Ruidera.
El arranque del puente internacional del lado portugués, sobre las tierras salinas de Castro Marim
Embarcamos entre salicornias y cristales de sal; desde la salida ya tenemos a la vista la doble harpa del Puente Internacional, tensión y equilibrio, acero y hormigón, imponente, no sabemos qué otro calificativo usar para esta obra que resume la historia de los puentes que hemos ido pasando bajo sus arcos o tableros, este, veinte metros sobre nuestras cabezas. Es una magnífica despedida.
Llegada al embarcadero de Ayamonte, tras cruzar a la orilla española
La corriente muy rápida por la bajamar y el despliegue de la vela de apoyo, hicieron volar las embarcaciones, tanto que el equipo de tierra no nos alcanzó al pasar por delante del laberinto de brazos, meandros y salinas del Sapal.
Una breve parada en Ayamonte, al socaire de la corriente
Desde el agua las aves de estos saladares, espátulas, avocetas, charrancitos y gaviotas, blancas como la sal, son para nosotros apenas puntos que flotan en el aire. Nuestra atención está en bogar fuera del canal de navegación señalizado, atendiendo a las indicaciones de la Autoridad Portuaria, en cuya jurisdicción nos encontramos, que nos orientó y estuvo atenta a nuestra inédita singladura por estas aguas tan transitadas.
Hacia el Atlántico en un úlltimo esfuerzo
Pero tenemos que apartarnos del margen por el que descendemos, el portugués, porque el dique del puerto fluvial de Villa Real de Santo António, se prolonga en un malecón rocoso que se adentra en el océano, un dique que impide el flujo natural de las corrientes marinas y de los sedimentos del Atlántico cuyo impacto en las playas sin duda se hará notar, así que teníamos planeado que el fin de la etapa y del descenso debía ser en la costa española.
La remolcada, el último recurso para superar a la marea que sube
Hay que arriesgarse a cruzar el río, la única manera de desembarcar en una playa, y lo hacemos con rapidez pues el viento a favor nos ayuda a llegar al embarcadero de Ayamonte, entre barcazas y golondrinas que cruzan de uno a otro lado con los pasajeros mirándonos con sorpresa y desconcierto, aquí somos apenas una balsa vegetal a la deriva, sin capacidad de maniobra.
Al fin en el mar abierto
La marea empieza a subir por donde menos fuerza tiene el río, por sus márgenes, eso frena en seco el rápido descenso que traíamos dejando a los barcos, ya al límite en su capacidad de navegar, en mitad de ese juego de fuerzas que acabará ganando el poderoso océano, en la que uno de los barcos queda retenido, mientras que otro consigue zafarse de la marea metiéndose en la corriente donde el río aún se hace notar.
Encallado en la arena, es el final
No hubo unidad en la llegada, un barco se adelanta espoleado por la ansiedad de abrazar a los seres queridos, los barcos que han navegado juntos tan larga singladura, se separan en la llegada.
También el destino de las embarcaciones responde a la personalidad de cada navegante, una se deshace a golpes de cuchillo y las eneas y las cañas del alma quedan en playa a merced de las mareas.
Otra, tras un enorme esfuerzo para llegar a la playa, queda dormida, serena, abrazada a la arena que ha bajado por el río en los últimos miles de años.
El último contacto con la noble embarcación. Te has portado.
Encallar en las arena doradas de Isla Canela, un buen destino para una balsa de enea proveniente de los humedales de la Mancha, también para el piloto que la despide en un abrazo amable, íntimo. Quizás el océano la libere en su próxima subida. Quizás arraiguen las cañas reverdecidas en el viaje
Allí quedó tras el largo viaje,a merced del océano
Así quedó en la Kon-Tiki de nuestras lecturas de juventud, desafiando corrientes y olas marcando su destino, mostrando que el viaje fue posible, que los sueños a veces se cumplen y dejó que el mar la hiciera suya.
Último despliegue de la pancarta de los navegantes
Ahora queda el vacío de los proyectos cumplidos, como cuando subes a una montaña largamente deseada o bajas a las profundidades de la tierra tras una prolongada preparación física y mental, e inmediatamente piensas en el siguiente reto. Así es la vida.
El equipo expedicionario celebrando la llegada
¡Ah, se me olvidaba! Allí estaban, refugiadas en la mar, las sirenas del Guadiana, esperando que el río recupere su agua y su pureza, quizá cuando pase el tiempo de los hombres…
Ahí estaban, en Villa Real, al final del río, refugiadas en la mar
“Dicen que antes de entrar en el mar, el río tiembla de miedo,
mira para atrás, hacia todo lo recorrido,
a las cumbres y las montañas,
al largo y sinuoso camino que atravesó entre bosques y pueblos,