Antes de continuar por el río nos vamos a detener en Ciudad Real, la primera ciudad del recorrido, heredera de Alarcos, divorciada del río por culpa de una batalla pero hija de la voluntad real de compensar la fuerza de las órdenes de caballería en el territorio recién conquistado. Meter los barcos en su Plaza Mayor será un noble espaldarazo para atravesar sus dominios.
El descenso integral del río Guadiana en proto-embarcaciones de fibras vegetales Abril-mayo de 2016
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POR TIERRAS DE REALENGO – Ciudad Real capital del Alto Guadiana
En una distancia prudencial aguas abajo de las presas impide la normativa navegar por cuestiones de seguridad, pero la realidad es que sería imposible hacerlo porque el agua desaparece, si no totalmente, sí sin apenas cumplir con los caudales ecológicos, de mantenimiento de la vida, que la norma y la lógica establecen.
Recepción en las puertas del Ayuntamiento de Ciudad Real
Utilizamos como refugio de la lluvia las acogedoras instalaciones de Las Huertas de Ciudad Real en las tierras regables del Vicario y siguiendo nuestro propósito de unir pueblos y personas con la arteria vital del río, acudimos a la cita en la capital medieval creada por la voluntad de Alfonso X de repoblar estas tierras tras la huída de la población, desprotegida tras la pérdida de la vieja ciudad fortaleza de Alarcos.
Barcos en la Plaza Mayor
Un encuentro cordial en la Plaza Mayor, ante el sugerente edificio del Ayuntamiento, frente al balcón en que cada hora salen los autómatas cervantinos a recordarnos que estamos en tierras del Quijote. Los barcos sobre las pulidas piedras de la solera, los vecinos entre sorprendidos e incrédulos, las fotos para el recuerdo de una escena insólita y la firma del responsable cultural en nuestro documento-saluda a los demás pueblos de la ruta. En el encuentro participa la SAGCR, la Sociedad pionera en expediciones polares de esta capital manchega y cuyo logo llevaremos con orgullo a partir de aquí.
La pesada actividad de descarga diaria de los barcos
Embarque a los pies del cerro de Alarcos
Tras el puente de Picón, recorremos las orillas de la margen izquierda pasando Sancho Rey, su colonia de cigüeñas blancas y un nuevo molino arruinado, hasta las Tablas de Alarcos, donde el cauce, de difícil acceso, se retuerce perezoso entre vegetación palustre, por cuyos charcazos deambulan vacas bravas que juegan a topar entre carrizos y junqueras, recordando la vocación de pastos de las riberas aunque hoy ganen la partida las rejas de los arados.
Esperando a los navegantes desde el paso estratégico del Puente Alarcos
Eso está ocurriendo con la inédita lagunilla de Prado Redondo, alimentada por un manantial que la hace permanente y única, escoltando al río durante siglos, que hoy la intentan sepultar bajo piedras y tierra a pesar de los gritos de socorro que lanza Enrique Luengo por salvar los refugios de la flora amenazada de los humedales.
Dirigiéndose a la embocadura del único ojo del puente con caudal El equipo de grabación esperando al otro lado del puente
Son ya los últimos terrenos palustres del Guadiana, las tablas acaban repentinamente ante una cerrada rocosa, aquí terminan las llanuras de inundación y el río se va a hacer montaraz, tendrá que trabajar excavando montañas y nosotros pondremos a prueba los barcos en los rápidos y rabiones que sabemos esconde el río. Y ese estrechamiento, ese paso estratégico a la Meseta había que transitarlo, teníamos que navegar por esa puerta simbólica del puente Alarcos, a pesar del poco caudal, a pesar del ingrato olor del agua.
El corto tramo navegable tras las Tablas de Alarcos discurre entre cultivos
Encaramadas cien metros sobre el río las murallas de la ciudad medieval, abandonadas a medio construir, iban a ser testigo de ello. Derrotada, no llegó a habitarse nunca jamás, llena de señales y fantasmas de la derrota, casi como el río. Convertida por esta circunstancia en un yacimiento único de armas, restos humanos y de caballerías, arrojados a los cimientos abiertos como despojos de la batalla.
Dejando atrás la vieja ciudad fortaleza de Alarcos
Bajo el puente, el primer rápido nos pone en alerta y obliga a usar el remo como timón, un esfuerzo que ocasiona el primer percance de la travesía, la rotura de uno de los remos luchando con la corriente.
Pero lo que dejó una huella indeleble en los haces de enea de los barcos y que se mantuvo la mitad de la expedición fue un residuo grasiento, blanquecino, maloliente, una muestra de que estábamos aguas abajo de una ciudad que parece haber olvidado sus orígenes a la orilla de un gran río.
Navegando de rodillas para el manejo en aguas rápidas
Cubierto el objetivo de navegar la cerrada de Alarcos
Nos emocionó su historia, nos cautiva la sencillez de las piezas cerámica almohades y castellanas para el agua, nos sobrecoge su relato, sin embargo algo nos humanizó la visión de los que navegaron antes este tramo del río, quizás hasta el embarcadero de Calatrava veinte kilómetros aguas arriba, entre tanta punta de flecha, de lanza, de guarniciones de hombres y bestias, un instrumento musical, una flauta de hueso del ala de un buitre, que hizo sonar un juglar, un pastor o un pescador y el río le respondiera con trinos de ruiseñor.
Un día lluvioso recibimos en Ecohuertos Ciudad Real una visita muy grata, era ¡Alex! con su equipo Expedición Aborigen Caminos del Guadiana, a nosotros nos hizo mucha ilusión ver todo lo que llevaban encima…sobre todo las embarcaciones de enea que habían fabricado ellos mismos.
Recuerdo que llegaron a la hora de comer y llovía, así que sacaron su picnic y comieron en la cabaña de madera, descansaron, compartieron con nosotros los momentos que habían vivido,nos hicimos unas fotos de recuerdo y marcharon otra vez a seguir con su aventura.
Quique y Laura
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