Texto de Enrique Luengo, geógrafo.
El Guadiana de los Montes o, viceversa, los Montes del Guadiana, una de las mejores regiones naturales ibéricas a la par que una de las más desconocidas, pero siendo lo uno, cómo se puede ser lo otro, cómo es posible que tan poca gente en España, sepa que al occidente de la meseta meridional y a caballo con Extremadura, exista una de las mayores y mejores áreas naturales ibéricas. Existen otras áreas nacionales, desconectadas, aisladas o perdidas en los limbos periféricos que precisamente por sus valores naturales, han entrado en el imaginario colectivo de una naturaleza salvaje o del paradigma turístico rural, como por ejemplo los Pueblos Negros de Guadalajara, los Ancares, la sierra de Albarracín, el Maestrazgo, las Hurdes, los Oscos y así, un largo etcétera.
Aparte de las características comunes con estas zonas, como su situación periférica, sus malas comunicaciones, la escasez de industrias o nodos de dinamización económica, su complicada orografía y su bajísima demografía, condiciones todas que se solapan y retroalimentan unas a otras, aquí tenemos una diferencia fundamental, la de los grandes latifundios. La propiedad de la tierra es fundamental para entender el dinamismo socio-económico de toda esta región y también explica, en buena medida, la buena conservación natural con la perpetuación secular de lugares, especies y ecosistemas, superando modas, desamortizaciones o concentraciones parcelarias, aunque también exista su reverso tenebroso.
Toda esta región de montes que se prolongan hacia Extremadura está en comunión indiferenciable con la Sierra Morena al sur y con Montes de Toledo al norte, siendo su única diferencia el que esas mismas paralelas serretas cuarcíticas, alcancen menores cotas altitudinales, situándose entre 1000 y 1300 m. los altos cordales de la primera, entre 1100 y 1400 los segundos, y entre 700 y 900 m. los cordales de estos montes que en ocasiones ensalzan esas alturas frente a un cercano Guadiana que vadea los 450 m. Incluso muchas veces ese abrupto desnivel es remarcado “a plomo” en las numerosas hoces por las que la perenne, aunque lenta, incisión fluvial, cala el relieve dibujado por esas vetustas rocas, como en el estrecho de las Hoces, , el de la Murciana, el de Tablacaldera o el de Valdehornos.
No estamos en un pasillo ecológico que pone en comunicación las llanuras manchegas y el variado Campo de Calatrava, por un lado, con las dehesas extremeñas por el otro, los Montes de Toledo y estribaciones del Tajo al norte, con Sierra Morena y la Andalucía adehesada de montes y encinas de los Pedroches al sur. No es un paso, es un todo, un conjunto, es el corazón salvaje de Iberia el que late bajo esa coraza revestida de monte bravío que va desde el Despeñaperros jienense, hasta el Momfragüe cacereño o desde los castillos de La Serena pacense hasta los toledanos molinos de Consuegra.
Ante tales dimensiones y, a pesar de todo, entre tan buen estado de conservación, no es de extrañar que aquí se encuentren, a excepción del oso, todas las grandes joyas faunísticas del monte mediterráneo, desde esta región, desde estas fincas enormes, reconquistaron el resto de territorios la fauna de gran tamaño, como ciervos y corzos, que tras los años del hambre y hasta pasados los setenta, no fueron recuperando el resto de montañas del centro ibérico. Aunque con una existencia siempre en el límite, y más estas últimas décadas, lince y lobo han campeado esta región a sus anchas, en los cielos, aunque solamente de paso, se vuelve a ver al quebrantahuesos que, con la ganadería y la fauna monteña, no sería raro que recalase definitivamente en sus roquedos.
Pero es el buen estado de la vegetación quien sustenta toda esa riqueza faunística que prácticamente, solo renquea por la escasez de conejos, base de la cadena trófica, pero abundante en todos los terrenos humanizados que rodean y se intercalan por la región. Vegetación que, por las malas comunicaciones y el régimen de propiedad, ha tardado o aún está tardando, en ser descubierta. No fue hasta hace pocas décadas que se publicó la existencia de bosquetes de abedul en esta calurosa región, que se supo de la existencia de magníficas comunidades anfibias y norteñas en sus bonales y así un largo etcétera de novedades científicas, como la presencia de avellanos o alisedas en la misma vecindad del Guadiana.
La vegetación climácica dominante es el encinar, aunque más que por el régimen de precipitaciones, en muchos casos está asociado a laderas con suelos muy poco profundos que cuando se hacen más rocosos aún, son colonizados por enebrales, aunque en las numerosas pedrizas, en solanas bajo los riscales, la vegetación dominante es el acebuchar, los bosquetes de olivos silvestres. Allá donde los suelos se hacen más profundos, lo que suele coincidir con umbrías y peanas de las sierras, aparece la otra vegetación dominante, especialmente abundante y característica de esta región, el quejigar que dora los otoños de los montes junto con algunos escasos robles, más relegados al mismo hábitat, pero en suelos más frescos o con aportes de aguas, como la cercanía de arroyos y fuentes. Puntualmente adehesados y en los cordales, donde las lluvias son algo más generosas, prosperan los alcornoques.
Existen otros árboles que ocupan nichos ecológicos como el descrito para el robledal, con algo más de agua aparecen dos árboles que son muy particulares de esta zona, por un lado, el abedul, un abedul de tierras bajas y cálidas, no como el clásico norteño y centroeuropeo, que aparece en el valle de Riofrío, en los Horcones y luego ya, en escasas pero más altos y recónditos rincones de los Montes de Toledo; el otro árbol, aún no está reconocido botánicamente, pero es característico de los numerosos manantiales que jalonan estas serrezuelas, el llamado chopo oretano, pues aparece puntualmente en toda esta región, entre el sur de Montes de Toledo y el norte de Sierra Morena, abundando aquí más que en esas cordilleras; con su espigada figura y sus blanquísimos fustes, desde lejos parecen abedules. También en alguna de estas fuentes y arroyos, aún subsisten una alargada aliseda y un pequeño avellanar, el último de los que hubo en las umbrías de estos montes.
Peculiares y estudiados desde varios puntos de vista científico, son los famosos “bonales” de la zona, muchos, de diversos tamaños y tipologías, aparecen orlando los manantiales y algunas cabeceras de arroyos, con una vegetación tan especializada como alejada de los parámetros mediterráneos de estas, aparentemente, secas tierras. Muchos de ellos gozan de protección bajo la figura de Microrreservas.
He hablado de vegetación y fauna, pero quien los acoge en su seno es el territorio con su variada topografía, su clima, su geología y las aguas de sus fuentes, ríos y arroyos. El clima es más húmedo que en sus vecindades orientales (casi el doble que en la Mancha) y occidentales (un poco más que en la Serena), al tratarse del escalón topográfico que sube desde la penillanura extremeña y el valle del Guadiana, a la manchega meseta sur. Las nubes que vienen casi siempre del oeste, conocen un ascenso suficiente como para derramar su lluvia con cierta generosidad, con medias anuales entre los 550 y los 700 litros por metro cuadrado, aunque no tanto como en los altos ejes orográficos situados a norte y sur. Tanta protección montuosa hace multiplicarse las situaciones micro-climáticas, con lugares mucho más húmedos y frescos o, viceversa, más térmicos que la media del territorio; a su vez acogen rincones protegidos de los fríos del noreste o de los agobios veraniegos.
La geología también viene a enriquecer este Guadiana sin diques, tan libre que en él se encuentran la mejor serie de grandes meandros peninsular, entre Luciana y la Puebla de Don Rodrigo, tapizados de nenúfares en sus orillas más tranquilas. Muchos más retorcidos meandros, pero menores son los que serpentean caóticamente en su tributario Tirteafuera, rio de salvaje desembocadura en el Guadiana, entre peñascos, hoces y buenos bosques. El relieve está definido por la resistencia de estos ordovícicos estratos; la dureza de las claras hiladas de cuarcita armoricana es quien marca los altos relieves cimeros, doblemente blanqueadas por los nidos de las rapaces que en ellas crían; los valles coinciden con los débiles eslabones pizarrosos de la reiterada cadena o sucesión de estratos duros cuarcíticos y blandos pizarrosos, mostrando éstos, numerosos fósiles paleozoicos, al descubierto en la vecindad del Guadiana y sus tributarios.
Pero no todo es esta sucesión petrológica, también aparecen para dar mayor riqueza a gea y flora, buenos asomos calizos en Abenójar e incluso, buenas manifestaciones volcánicas casi contiguas al Guadiana entre Luciana y puente Retama, donde aparte, de varios volcanes de distintos tamaños, aparece la laguna de Michos ocupando un cráter hidromagmático. Todos estos relieves han sido posteriormente retocados por la erosión fluvial y por un elemento geomorfológico característico y que de esta región toma el nombre, “la raña”. Se trata una formación sedimentaria postiza, compuesta de un grosero canturral cuarcítico empastado en una roja matriz arcillosa que se extiende desde la peana de las serrezuelas, hasta donde la erosión fluvial la va desmontando, dejando alargadas y digitadas mesetas colgadas entre los valles que van desmontándolas con su continuada erosión.
Ya a la altura de Ciudad Real, el Guadiana aún conserva poco alteradas, unas magníficas llanuras de inundación, figura geomorfológica y paisajística destrozada y extinta de todos los grandes ríos nacionales, rodeadas de áreas volcánicas y serretas de gran valor biológico y paisajístico y de escaso aprovechamiento económico que no pudiera hacerse desde el amparo de esta figura de protección. Tan solo a 15km. de la capital manchega, la llanura de inundación se constriñe a una buena vega y el río comienza a introducirse entre serretas para acoger al Jabalón que discurre entre paisajes volcánicos y calizos. A partir de esta junta el valle va encajándose, al tiempo que las serrezuelas vecinas van creciendo imperceptiblemente.
El Guadiana va ganando, recibiendo a un magnífico Bullaque que las más de las veces, le da más agua de la que Guadiana lleva, un Bullaque de Cabañeros, con un Bullaquejo lleno de vida salvaje que casi se toca con el Riofrío. Aguas debajo de Luciana empiezan los grandes meandros y una de las mejores áreas salvajes ibéricas, el sancta sanctorum de un río importante en muy buen estado de conservación, como en el Chiquero, recibiendo al Tirteafuera y cogiendo fuerza, para aumentar el tamaño de sus meandros y finalmente embestir el paso del Estrecho de las Hoces e irse, con una rocosa y abrupta despedida, de las tierras manchegas hacia Extremadura.
A pesar del desconocimiento generalizado sobre estas tierras, numerosas figuras de protección han recaído ellas. De la red de áreas protegidas, le afectan: el Parque Nacional de Cabañeros inmediatamente al norte y el Parque Natural del Valle de Alcudia y Sierra Morena, al sur; numerosas Microrreservas de sus Bonales; la Reserva Fluvial del Abedular de Riofrío; Monumentos Naturales como el Volcán de Piedrabuena, Volcán y Laguna de Peñarroya, Michos, etc.
De la Red Natura 2000, están las ZEC (Zonas Especiales de Conservación) y ZEPA (Zonas Especial Protección para las Aves), que suelen ser casi coincidentes. La que ocupa más de lleno estos Montes del Guadiana es la ZEC de los Ríos de la Cuenca Media del Guadiana y Laderas Vertientes. También con buena parte en estos montes, la ZEC de la Sierra de los Canalizos, la del Río Quejigal, Valdeazogues y Alcudia, la de las Sierras de Almadén, Chillón y Guadalmez y, finalmente, pero esta vez al norte, la de Montes de Toledo. De una forma cercana, en su clara continuidad geográfica hacia el sur, está la de Sierra Morena.
Todas estas figuras de protección están sobradamente merecidas por méritos propios a pesar de tratarse de una región poco estudiada, por esos mismos méritos debería todo su ámbito geográfico real, que es todo el anteriormente descrito, tanto por contigüidad como por continuidad, estar amparado por una gran y única figura de protección que garantizase la salvaguardia y perpetuación de lugares, especies y ecosistemas, para disfrute de todos y de las generaciones venideras, así como salvaguardar los procesos naturales y luchar contra el cambio climático y contra la acuciante pérdida de biodiversidad que estamos padeciendo.
Por qué tener veinte enclaves contiguos, solapados con diferentes grados de protección, perteneciendo la mayor parte del territorio a hábitats protegidos por la legislación europea y nacional, cuando todo podría ser el mayor Parque Nacional español, uniendo desde el norte, con el Geoparque de las Villuercas en Cáceres, el Parque Nacional de Cabañeros y Montes de Toledo, hasta el Parque Natural de Alcudia Sierra Morena por el sur, abarcando todos estos montes y ríos que alimentan un Guadiana renacido en las Tablas de Daimiel, apenas saliendo de la Mancha. Por qué no tener el gran Parque Nacional del Guadiana, con un comienzo algo lineal desde las actuales Tablas de Daimiel que se fuese engrosando a la altura de Ciudad Real para acoger sus numerosos sitios volcánicos y las desembocaduras de sus tributarios aún manchegos y que a la altura de Luciana se ampliase de norte a sur recogiendo lo mejor de ese mundo regido por el padre Guadiana, entre Montes de Toledo al norte y Sierra Morena al sur. La escasa producción económica de estos territorios, difícilmente se perdería, si bien probablemente aumentase, al mantenerse las actuales y crecer turismo y servicios. Pero todo esto ya forma parte del futuro del Guadiana, de un futuro del que todos deberíamos ser parte.
Texto elaborado para la Bitácora: